
En mi trabajo –en este momento me viene a la mente- una pareja de viejos ingleses han devenido en clientes míos. Mi inglés trancado ha motivado la simpatía del hombre, que además intenta leer los clásicos de nuestra literatura en la lengua original, razón por la cual encargó “La vida es sueño” de Calderón de la Barca. Bromeábamos acerca de futuras visitas en las que este servidor lo asesore en la comprensión del español arcaico, transitando por el puente de un inglés problemático. Aunque probablemente eso no suceda dado que su “amiga” es traductora, igual que la mujer con la que me puse a conversar un día y había resultado ser quien pusiera en palabras españolas “El dios de las pequeñas cosas” de Arundhati Roy. Es la emoción del tránsito de las sensibilidades, que no sé si podré explicarle con palabras a mis vecinos los panaderos y sus respectivas mujeres, hermanas a la sazón. Pero ellas igual van a la librería, del mismo modo que sus sendas hijas, preocupadas estas últimas por los libros de los estantes de abajo y por la inundación del baño de nuestro local. Las panaderas sienten una atracción genuina por los libros, por más que su contacto con el material impreso pese menos kilos que el mío. Ana, la morocha, me dijo la otra vez que nunca había leído un libro completo. Se le adivinaba un sentimiento parecido al que yo tengo con relación a la pelota de fútbol. Su hermana tiene ojos más grandes y radarescos. Es de esas personas que uno ya conoce de antes. Lo supe cuando su mirada se encontró con la mía en alguno de los días de diciembre en que empezaba mi zafra veraniega. Al principio, la veía parecida a una amiga que mora desde hace un tiempo en una ciudad bastante al norte. Confirmé más tarde que era otra cosa.
Este verano, gracias a algunas cosas que saben Hernán y Alejandro y varios de los que han tenido contacto conmigo, he tenido una percepción ampliada de los vasos comunicantes del mundo. Como aquella vez en que, luego de venderle a un guitarrista un libro de Carlos Castaneda, la conversación derivó hacia la música, yo mencioné a Eduardo Falú, él recordó haberse quedado en la casa de Juan Falú (el hijo) y la radio Babel transmitía un tema del último mencionado. Se hizo el silencio de las inauguraciones verdaderas, ese que consiste en un alto, un amague de la eternidad por la punta izquierda de un día cualquiera. Podría citar también las lecturas cercanas en el tiempo de “Comedia infantil” de Mankell y de “El pez dorado” de Le Clézio, ambos con raíces en África, con protagonistas desamparados y niños que transitan, migran, sueñan. Dos muy buenos libros que sirven de apoyo a mi historia, que tiene como primer marco la panadería.
Entré, probablemente a comprarme un colet. Sin mediar saludos o introducciones, la panadera de ojos analíticos sonrió con los iris y las pupilas.
-Anoche soñé contigo –dijo.
-Bueno, si fue un sueño erótico espero haber estado bien – fue mi torpe respuesta.
-Era raro, estábamos en Ibiza y teníamos un local, era raro, era panadería y librería pero todo junto y vos estabas ahí –amplió ella, que hasta hace poco vivía en ese balneario.
¿Verdad que es un privilegio que sueñen con uno? Pero reconozco que me habría olvidado si no hubiera ido a la librería en Maldonado a hacer alguna cosa propia de mi labor de mensajería.
Tranqué la bicicleta contra los cajones con los libros de ofertas. Entré diciendo buenas tardes. Tuve los intercambios rutinarios. Pedí algunos libros que tenía que llevar, entregué plata y cupones de tarjetas de crédito. Habré hablado de alguna intrascendencia. Hasta que todo se precipitó cuando los ojos de P.O. tuvieron ese entornarse sonriente al contarme que había soñado conmigo. Estábamos ella, su marido, yo y alguno más quedándonos en una especie de galpón que a ella se le antojaba un local comercial. Sólo yo tenía papeles y me mostraba tranquilo. Éramos inmigrantes en España y nos cuidábamos los unos a los otros.
Pensaba en el modo de trasladar eso a las palabras. Buscaba un cierre. Como había pasado por Maldonado, alteré mi ruta habitual y doblé en esa esquina sin mirar. ¡AAAAAA! TAC. El primer choque de mi vida. Con una bicicleta conducida por una mujer bajita que llevaba un sobre a nombre de un hombre llamado Hebert.
A la luz de lo que llevo escrito aquí, diría que más que chocar coincidimos.
>Ah, sí… Tamarinda -mi empleada- me dijo al pasar que había chocado con un tipo. Ahora me doy cuenta, claro. La descripción encaja perfectamente.Gran abrazo.L.
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>Ah, Tammy…
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>¡¡¡Eso es compenetrarse con los personajes!!!
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>¡No me meta en líos compañero!
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>hola loquito bue hacia tiempo no actualizaba los blog pero lo hice publique algo sobre la legalizacion de la marihuana (jeje no consumo por las dudas)otras cosas:1 tomo trerceros??2 sabe cuando ponen las listas??· nos vemos devuelta a los bloggggg
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>1) Segundos.2) Ni idea, pasá por ahí.3) Veremos…
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>lindo post. todos coincidimos. ¿Qué es eso de mensajería?Navarrete: vale tu aclaración, pues a veces parece lo contrario. Con todo respeto, ¿no?
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>Thelemy:Soy al que matan si la noticia es mala,soy al que cargan de libros hacia la Barra,y yo soy el que acarrea la plata noche tras noche.
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