No me hago otra cosa que reproches,
todos los si hubiera
pesan como si se hubieran
convertido en cadáveres
llorosos a mis espaldas,
trancados en la garganta,
raspándola como en un grito
injusto.
No me hago otra cosa que incriminaciones,
todos mis actos
son cuestionables,
muy probablemente equivocados,
vanos, distantes,
tan cercanos como el suelo
que golpea mi nariz
y mis dientes.
No me hago más que zancadillas,
me golpeo las rodillas,
me tuerzo los tobillos,
me doblego las manos,
me obligo a la autotortura,
a la autocensura, a permitirme
vicios autoflagelantes,
a obedecer a quien no debo,
a pasar mal al pedo.