Se me acerca una compañera nueva, cuyo nombre no conozco, y, diciéndome “vos que sabés todo”, se dispone a preguntarme algo, aun cuando yo le advierto que no sé casi nada. En el momento, me imagino que atribuye mis eventuales conocimientos a mi permanencia en el lugar de trabajo pero no, porque dice “si vos publicás siempre en el face”. Se mantiene firme frente a mi objeción, aunque me pregunto si tendrá alguna duda poética o querrá saber cómo conseguir pasajes a Medio Oriente. Acota, a modo explicativo, que no es mi amiga en “face” pero que se mantiene al tanto de mis publicaciones, dando a entender que soy una especie de actor público y que ella me sigue discretamente. Yo, sin ver más opciones, me resigno a intentar contestarle y se descuelga con una inquietud acerca de “los formularios J8 para el reconocimiento escalafonario del grado 3” y yo le respondo que de religión no entiendo mucho.
Ella parece aceptar mi desconocimiento pero ahora soy yo quien inquiere. “¿Cómo me llamo yo?” Se queda un poco bizca y reconoce que no lo sabe pero, en un segundo momento, hace un esfuerzo de memoria y lanza: “¿Vos sos Rojas*?”
Hay que conocerlo al tal Rojas para saber que las dos reacciones posibles eran reírme o llorar. Es raro, antes me confundían con gente parecida a mí como Gerardo Amaral, Gerardo Nieto, Pep Guardiola o André Agassi, tipos exitosos y pelados. Y ahora con un renegado de voz finita, cresta en el pelo, barbita tipo el segundo de a bordo de Star Trek, camisas hawaianas, pantalones fuleros y una escasa aura laboral. Espero no haber entrado en un declive irremediable. Ya tengo agendada para hoy mismo una cita con mi astróloga de cabecera.
*El apellido fue modificado, más que nada para protegerme a mí mismo.