
Acá lo ve a Bolsonaro en un momento elocuente.
El año empieza en Brasil
con el nuevo presidente
que votó en masa la gente,
hombre ajeno a lo sutil,
caminante en el pretil
del camino democrático
que a muchos cae antipático
por homofóbico, machista,
notorio militarista
y, sin dudas, sintomático
del ser de los brasileros
que, no como en estos lares,
valoran los militares,
carecen de nuestros peros
y no les parecen tan fieros,
el brasilero simpático
no es que sea democrático,
prefiere a los hombres fuertes
-incluso si venden muerte-
con atavismos monárquicos.
Quien mandaba en los sondeos
era Lula, que fue preso,
cuando quedó firme eso,
definitivamente reo
el panorama fue feo
para un PT desgastado
y vastamente acusado
de corruptelas enormes,
y en esa escena deforme
el más radicalizado
que promete mano dura,
terminar la corrupción
y hasta armar a la nación,
amante de la dictadura,
puso su candidatura
como un golpe en el tablero,
grito testosteronero
de evangelio anticorrupto,
en un concierto de eructos
limitados y fuleros
y, tras ser apuñalado,
-fuerza le dio tal embate-
y faltar a los debates,
fue con mucho el más votado
el capitán retirado
que fuera paracaidista
y que, muy oportunista,
ahora es rey tupiniquim
y tendrá Itamaraty
un nuevo nombre en su lista.
Debemos tener presente
que en muchos genera ilusión
e incluso en nuestra nación
se ve en este presidente
el grito de mucha gente,
tendríamos que en política
transitar más la autocrítica,
-lo digo casi en un ruego-
dejar de jugar con fuego
con esa moral raquítica
que alimenta intolerancias,
nos conviene razonar
y evitar clasificar,
llenos de pura ignorancia
y furibunda jactancia,
como fachos, como focas
a los otros que se enfocan
en otra parte del cuento,
hay que ser menos sangrientos
e irse menos de boca.