Uruguay, corazón verde palpitante,
cancha de fútbol con forma de milanesa,
sentado en una cabeza de vaca
entre dos multitudes,
toma mate y mira su propio campo,
se ceba a sí mismo, bebida amarga
de una costumbre lenta,
toma de la misma yerba mientras dura,
importada de Brasil, con menos palos
que la de Argentina, a veces
tiene períodos chambones y se quema.
Uruguay, con un cuerpo que a veces
decide distinto que la cabeza,
petiso cabezón que nació inesperado,
dos por tres se levanta y va al baño,
a veces está enfermo, y también
tiene momentos de salud,
hay veces en que se levanta,
da una vuelta, pasea lentamente
hacia la izquierda o la derecha,
avanza en cierto orden, como un equipo
que se conoce, y también retrocede,
la vida es abrirse y es cerrarse.
Uruguay cada tanto cumple el rito
de su propia religión y ofrece
un sacrificio cuyo resultado desconoce,
no sabe cómo va a tratar el viento
el humo del fuego en que se asa,
se elige a sí mismo sin saber
ni muy bien por qué ni hacia dónde,
se enoja consigo mismo, se aplaude,
cambia la postura cuando se le duerme
una pierna, un brazo o cuando se lastima,
a veces se exige ser lo que no es
o se jacta de una raza que no tiene,
pero sigue con el mate, con su ritmo,
y sueña, sin soñar demasiado,
con un nuevo día y que la casa,
que está atrás, esté limpia y ordenada
y que crezcan sanos los gurises.