No tendrías por qué votarme
si estuviera en política,
aunque fuera el el mejor
de todas las opciones
y encima serio y honesto.
No tendrías por qué comprar
mis cuadros de hace años
una vez que ya no esté
aunque sea importante,
renombrado y cotizado.
Ni leer ninguno de mis libros
aunque te gustara mi prosa
o quisieras encontrarte
en alguna descripción,
un reproche, una nostalgia.
Igual pienso que lo harías
porque, aun a mi pesar,
me habré quedado instalado
en un rincón con mi nombre
de tu cerebro gris y, tal vez,
también del alma roja.